A veces,
el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección
sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta
también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y
la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y
otra vez. Como una danza macabra con La Muerte antes del amanecer. Y la razón
es que la tormenta no es algo que venga de lejos y no guarde relación contigo.
Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior.
Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con
fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir
atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección,
a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí solo hay una arena blanca y fina,
como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta
como ésta.
Y tú en
verdad la atravesarás, claro está. La violenta tormenta de arena. La tormenta
de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea,
te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillos se tratase. Muchas
personas has derramado allí su sangre y tú, asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre
caliente y roja. Y esa sangre se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la
sangre de los demás.
Y cuando
la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla
con vida. ¡No!. Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de
verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la
tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el
significado de la tormenta de arena.
HARUKI MUKARAMI
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