La sociedad de Amantes Desconocidos de
Flores fue tal vez la entidad más secreta del barrio. Su misma naturaleza hacía
imprescindible la discreción.
Hace algunos años, cada vez que alguien
recibía una carta de amor sin firma los hombres sabios no vacilaban en
atribuirla a la Sociedad. Era esto un error: siempre han existido enamorados
ocultos, sin que haga falta inventarlos.
Por otra parte, cabe razonar que la obra
de los Amantes Desconocidos sólo pudo tener buen efecto en la medida en que no
les fuera atribuida.
Se calcula que en los años de su
actuación, la Sociedad fraguó más de dos mil historias de amor.
El procedimiento habitual era sencillo.
Sin mayores ceremonias se elegía a una persona cualquiera. La mayoría de las
veces se trataba de solitarios, melancólicos, desengañados, aburridos o
simplemente amigos a quienes la entidad deseaba favorecer.
El paso inmediato consistía en crear un
amante ficticio para la persona elegida. Un equipo de ingeniosos creativos se
encargaban del asunto. A los ingenieros les inventaban adolescentes pícaras. A
las modistas de la calle Morón les dibujaban nobles arruinados. A los Hombres
Sensibles les hacían amantes románticas y trágicas, pero también muy
pechugonas, que eran una verdadera delicia.
Una vez establecidas las características
generales del amante ficticio, se enviaba la primera comunicación. Así, muchos
hombres y mujeres de Flores recibieron sorpresivas declaraciones anónimas que
los llenaron de estupor.
Se transcribe a continuación la carta
que llevara el número de orden 1114.
"Querido
ingeniero Atilio D. Gallardo:
Le escribo desde las tinieblas de mi soledad. Le ruego que me disculpe si
usurpo su preciosa intimidad. Pero existe, mi querido ingeniero, un sentimiento dentro de mí que ya no puedo dominar. Es preciso que usted sepa que lo amo, ingeniero. Usted no me conoce... O para decirlo mejor: usted jamás ha reparado en mí. ¿Quien soy...? No creo que valga la pena que usted lo sepa. Digamos que me llamo Luisa, aunque ese no es mi verdadero nombre. Algunos dicen que soy joven y hermosa, pero tal vez exageran. Ah... si supiera, ingeniero, cuántas veces he llorado por usted.
Si supiera cuántas noches he despertado llorando y pronunciando su nombre: Atilio. En mi cuarto tengo un pequeño retrato suyo que he recortado de la revista "Temas de la construcción." Usted tal vez se ría de los delirios de una pobre muchacha enamorada. Pero ya no puedo luchar mas contra mi corazón, ingeniero.
Quiero proponerle algo. Escríbame. Cuénteme algo de su vida. Desde luego,
todavía no pienso revelar mi verdadera identidad, de modo que deberá usted dirigirse a Luisa, Casilla de Correo 32.
Un beso apasionado de su Luisa."
Le escribo desde las tinieblas de mi soledad. Le ruego que me disculpe si
usurpo su preciosa intimidad. Pero existe, mi querido ingeniero, un sentimiento dentro de mí que ya no puedo dominar. Es preciso que usted sepa que lo amo, ingeniero. Usted no me conoce... O para decirlo mejor: usted jamás ha reparado en mí. ¿Quien soy...? No creo que valga la pena que usted lo sepa. Digamos que me llamo Luisa, aunque ese no es mi verdadero nombre. Algunos dicen que soy joven y hermosa, pero tal vez exageran. Ah... si supiera, ingeniero, cuántas veces he llorado por usted.
Si supiera cuántas noches he despertado llorando y pronunciando su nombre: Atilio. En mi cuarto tengo un pequeño retrato suyo que he recortado de la revista "Temas de la construcción." Usted tal vez se ría de los delirios de una pobre muchacha enamorada. Pero ya no puedo luchar mas contra mi corazón, ingeniero.
Quiero proponerle algo. Escríbame. Cuénteme algo de su vida. Desde luego,
todavía no pienso revelar mi verdadera identidad, de modo que deberá usted dirigirse a Luisa, Casilla de Correo 32.
Un beso apasionado de su Luisa."
Después comenzaba la verdadera historia.
El ingeniero respondía, Luisa escribía otra vez, el ingeniero reclamaba un
encuentro, Luisa se negaba... Y entre carta y carta se iban conociendo e
interesando cada vez mas.
Por supuesto, el encuentro no debía
producirse jamás. Y esta es en verdad una regla de oro de los amantes
desconocidos, reales o ficticios.
Toda relación deberá girar alrededor de
un encuentro futuro. Pero es fundamental el no encontrarse nunca. Las razones
se ven venir: todo amante desconocido es perfecto. Tiene la cara que uno desea.
Es, a nuestro capricho, morocho, rubio o ambas cosas a un tiempo. El amante
desconocido no tiene defectos, no tartamudea, no fastidia con cosas cotidianas.
Pero hay una virtud fundamental: por no ser nadie es también todas las personas
del mundo. Si se comete el desatino de darle una identidad cierta, el amante
desconocido se achica, aunque sea un ángel. Si es alto, ya no podrá ser petiso.
Si es atlético, ya no podrá ser enclenque. Si es Juan, ya no podrá ser Pedro.
Si es Luisa, ya no podrá ser Esther.
Por estos mismos motivos, la Sociedad de
Amantes Desconocidos jamás enviaba fotografías aunque si las reclamaba de sus
beneficiarios. La actividad de estos filántropos tenía por objeto combatir la
soledad y la desdicha. Y cabe señalar que su acción despertaba en los vecinos
del barrio un sano espíritu de emulación. Al conocer la existencia de
enamorados secretos, muchas personas descubrían dentro de sí esa misma
condición. Y así, junto a los amantes de ilusión creados por la Sociedad,
cundieron los amantes secretos verdaderos.
En sus buenos tiempos, Manuel Mandeb se
carteaba con cuatro amores misteriosos.
El pensador sospechaba que por lo menos
dos eran obra de la Sociedad, más que nada, por el papel barato de las cartas.
Pero sus investigaciones lo llevaron a comprobar la existencia cierta de las
otras dos. Una de ellas resultó ser una compañera de un curso de guitarra que
Mandeb seguía penosamente. Cuando el hombre se presentó ante ella con las
cartas en la mano, la chica rompió a llorar y huyó para siempre.
La última de las amantes secretas era
-según se supo mucho después- Beatriz Velarde, la piba más hermosa de Flores,
de quien -a su vez- Mandeb era enamorado secreto en otra colección de cartas.
Pero estaba escrito que Manuel y Beatriz
no se amaran nunca.
El ingreso a Amantes Desconocidos de un
grupo de redactores humorísticos y malévolos provocó una serie de catástrofes
que marcaron al decadencia de la Sociedad.
Estos profesionales, que perseguían
únicamente la diversión personal, empezaron a enviar cartas a damas casadas y a
urdir toda clase de intrigas chuscas.
De este modo consiguieron que la Sra.
Aurora B. de García Vassari se presentara a las cuatro de la mañana con una
vela en la mano en el fondo del pasaje Trieste.
Asimismo fueron los culpables de
infinidad de divorcios, riñas, peloteras y toletoles entre los matrimonios más
acrisolados de Flores.
Pero hay que mencionar un fenómeno curioso
que les ocurría a casi todos los miembros de la Sociedad.
Conforme avanzaba la correspondencia con
los beneficiarios, muchos guionistas se enamoraban de verdad. La conocida
redactora publicitaria Luz Vasallo se volvió loca de amor por el poeta Jorge
Allen, cuyo caso atendió durante meses. Para evitar estas situaciones, las
autoridades de la entidad resolvieron una rotación de guionistas. Pero el
resultado fue desastroso. Las cartas perdían coherencia y verosimilitud, pues
los redactores no alcanzaban a compenetrarse debidamente en su función.
Sobre el final de sus actividades
Amantes Secretos recurrió al teléfono.
No fue una experiencia feliz. El
lenguaje telefónico es menos tolerante con la creación artística y -por lo
demás- muchos guionistas soltaban la carcajada en medio de las charlas,
provocando cierta perplejidad en el cliente.
El juego de los Amantes Desconocidos era
sin duda apasionante. Pero aunque admitía procesos más o menos prolongados, al
cabo terminaba por extinguirse.
Nadie puede resistir mucho tiempo la
tentación de conocer. Todos, tarde o temprano, exigen la consumación del amor
epistolar.
Y así terminaban todas las historias. La
mayoría de las veces con el silencio y el olvido. En alguna ocasión, con
encuentros mas bien desteñidos.
Ives Castagnino, el músico de Palermo,
se encontró una vez con una dama desconocida que le había enviado cartas
durante años. Cuando la vio en la esquina, se acercó y le dijo:
- Buenas noches. Soy el
desengaño.
Hoy ya nadie habla de los Amantes
Desconocidos de Flores. Pero esta entidad sin fines de lucro bien puede dejar
en nuestro espíritu la sombra de una idea.
¿Por qué no convertirse uno en Amante Desconocido?
¿Por qué no ayudar con ilusiones a tantas almas solitarias que andan por la
cuadra?
La vida está poniéndose muy aburrida.
Sería maravilloso recibir una mañana de estas una nota perfumada y llena de
besos que viene de no sé donde.
Dejo la inquietud a tantos guionistas,
redactores, poetas y literatos que malgastan su tiempo jugando al billar.
Alejandro Dolina - "Crónicas del ángel gris".
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