(...) Aposté mi destino en cada encrucijada del azar al misterio
mayor,
a esa carta secreta que rozaba los pies de las altas
aventuras en el portal de la leyenda.
Para llegar allí había que pasar por el fondo del alma;
había que internarse por pantanos en los que chapotean la
muerte y la locura,
por espejismos ávidos como catacumbas y túneles abiertos a
la cerrazón;
había que trasponer fisuras como heridas que a veces
comunican con la eternidad.
No preservé mi casa ni mis ropas ni mi piel ni mis ojos.
Los expuse a la sanción feroz de los guardianes en los
lindes del mundo,
a cambio de aquel paso más allá en los abismos del amor,
de un eco de palabras sólo reconocibles en el abecedario de
los sueños
de una inmersión a medias en las aguas heladas que roen el
umbral de la otra orilla.
Si ahora miro hacia atrás,
veo que mis pisadas no dejaron huellas fosforescentes en la
arena.
Mi recorrido es una ráfaga gris en los desvanes de la
niebla,
apenas un reguero de sal bajo la lluvia, un vuelo entre
bandadas extranjeras.
Pero aún estoy aquí, sosteniendo mi apuesta,
siempre a todo o a nada, siempre como si fuera el penúltimo
día de los siglos.
Tal vez haya ganado por la medida de la luz que te alumbra,
por la fuerza voraz con que me absorbe a veces un reino
nunca visto y ya vivido,
por la señal de gracia incomparable que transforma en
milagro cada posible pérdida.
Olga Orozco – Nº 17 de “La Noche a la Deriva”
(A vos que la estas descubriendo)
0 descorrieron el telón:
Publicar un comentario