"Algo de vos llega hacia mí,
cae la lluvia sobre París…"

(...)Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se
agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que
acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra.
Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas
viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado
de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya
un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas
de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y
pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo
del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu
paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de
relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre
destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos
empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir
dignamente en un parque, no podía entrar en el cielo innoble del tacho de la
basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo
llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito del ferrocarril, y
desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped
mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una
imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que
sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en hiver, a la ola
pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de
Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de
cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro,
como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba
como antes. Terminado. Se acabó. Oh, Maga, y no estábamos contentos.
Rayuela, Capitulo 1 (Fragmento). Julio Cortázar.
"Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico."
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